El joven rico que le dijo sí a Jesús

Su oración patrocinó el avivamiento de los moravos

  • El conde Zinzendorf fue uno de los más importantes misioneros de la historia cristiana.
  • Su proclama se hizo famosa en todo el mundo: "Yo solo tengo una pasión; es Jesús, solo Jesús".

Como joven siempre fue distinguido por su pasión por Cristo. Con apenas 16 años al salir de su colegio en Halle le entregó a sus profesores una lista, donde se detallaba el crecimiento de 7 sociedades de oración, que él mismo había liderado. Su nombre era Nicolaus Ludwig von Zinzendorf un muchacho de familia rica y noble, que aprendió a amar a Jesús por encima de todas sus posesiones.

Si bien le tocó sufrir desde temprana edad con la muerte de su padre, eso nunca hizo meya en su deseo por adorar al Señor. Con la inocencia propia de un niño creció en un ambiente de oración y alabanzas. Es documentado cómo siendo un infante escribía cartas de amor para Jesús y las lanzaba desde la ventana de la torre del castillo, con la certeza de que el Señor las recibiría y las leería.

Una hermosa anécdota recuerda como el día que el ejército sueco invadió las tierras la familia Zinzendorf, los soldados al entrar en el castillo e irrumpir en el cuarto donde se encontraba el pequeño Nicolaus con 6 años, quedaron paralizados de temor y reverencia al verlo cómo oraba.

Tanto llegó a ser su fervor, que luego instalaría lo que se conoce conoció: “Intercesión A Cada Hora”. Según los historiadores los creyentes se organizaban por relevos para clamar a Dios sin cesar por “la obra y las faltas de la Iglesia”. Este legado se mantendría en la región de Moravia (actualmente República Checa) por alrededor de 100 años.

Además Nicolaus se convirtió en el carismático líder de la Iglesia de Moravia, fundada para 1727 en la comunidad de Herrnhut con un perfil muy bajo. Es destacable cómo en aquella época los nobles eran criados para llegar a la corte y dirigir su nación. En definitiva el hecho de “servir a Dios” no era bien visto dentro de los gremios en los que se movía Zinzendorf.

Esa decisión tan importante para su vida la tomó gracias a una experiencia muy particular. Ocurrió en una galería de arte, donde el joven conde vio una pintura (el “Ecce Homo” de Domenico Feti) que mostraba a Cristo sufriendo y una inscripción que decía: “Yo hice todo esto por ti, ¿qué haces tú por mí?”. De ahí en más la vocación del joven no lo dejó tranquilo hasta que se integró plenamente al servicio del Señor. Fue por ello también buscó una esposa que lo apoyara en su ideal.

Se casó en 1722 con la condesa Erdmuth von Reuss, quien posteriormente se convirtió en la “Madre adoptiva de los Hermanos”.

 

Misioneros por excelencia

Una de las mayores pasiones de Zinzendorf fueron las misiones en el extranjero y a su vez esto fue una de los mayores distintivos de la obra morava. Dicha iniciativa surgió de un casual encuentro del conde en 1731, mientras asistía a la coronación del rey danés Christian VI, con dos personas de Groenlandia y un esclavo negro de las Indias Occidentales. Ellos de manera vehemente le solicitaron misioneros, que pudieran visitar sus tierras.

En el 8 de octubre de 1732, una nave holandesa salió del puerto de Copenhague para las Antillas en el Caribe. A bordo estaban los dos primeros misioneros moravos, Juan Leonardo Dober, un alfarero, y David Nitschman, un carpintero. Ambos eran oradores diestros con la disposición suficiente de venderse a sí mismos para convertirse en esclavos, todo con el fin de predicarle a los inconversos acerca de Cristo. Fue algo impresionante, que posteriormente repitieron los demás misioneros moravos.

Al salir la nave, levantaron una proclama que se convertiría en el lema de todos los misioneros moravos, "Que el Cordero inmolado reciba el galardón de Su padecimiento".

Zinzendorf fue otro más de ellos. Después de la salida de los primeros misioneros hacia el Caribe acompañó a tres nuevos misioneros, que habían recibido la comisión de unirse a sus colegas allá. A su llegada, vieron con tristeza que sus compañeros estaban encarcelados; pero Zinzendorf usó su autoridad de noble para rescatarlos.

Durante su visita celebró reuniones diarias para los caribeños, y dispuso la organización y las asignaciones territoriales de los misioneros. Cuando vio que la obra misionera estaba firme, regresó a Europa. Después de dos años, zarpó de nuevo, esta vez hacia las colonias norteamericanas. Allí trabajó, hombro a hombro con los hermanos que laboraban entre los indígenas.

Como administrador de la misión, Zinzendorf pasó treinta y tres años supervisando misioneros en todo el mundo. Sus métodos eran sencillos y prácticos. Todos sus misioneros eran laicos preparados, no en teología, sino en evangelismo personal. Como laicos que se sostenían a sí mismos, se esperaba que ellos trabajaran lado a lado con sus posibles conversos, dando testimonio de su fe por la palabra hablada y por el ejemplo vivo. 

Por el año 1742, más de 70 misioneros moravos, de una comunidad de no más de 600 habitantes, habían respondido al llamado para ir a Groenlandia, Surinam, África del Sur, Algeria, América del Norte, y otras tierras, llevando el evangelio.

Los moravos explicaban su motivación de una forma muy simple, un reporte enviado por un misionero lo retrata muy bien: "El motivo simple de los hermanos de enviar misioneros a las naciones distantes era y es un deseo ardiente para promover la salvación de los hombres, en hacerles conocer el evangelio de nuestro Salvador Jesucristo. Les da tristeza oír de tantos miles y de millones de la raza humana sentados en las tinieblas y gimiendo debajo del yugo del pecado y de la tiranía de Satanás; y recordando las promesas gloriosas dadas en la Palabra de Dios, que también los paganos han de ser el galardón de los padecimientos y la muerte de Jesús; y considerando Su mandamiento a Sus seguidores, de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a cada criatura, eran llenos con las esperanzas de confianza que si iban en obediencia, y creyendo en Su palabra, la labor suyo no sería en vano en el Señor”.

 

Legado imborrable

Otro de los ideales del Conde Zinzendorf era restaurar la comunidad apostólica tal como en el Nuevo Testamento. Él trabajó para establecer una comunidad de santos que fueran capaces de amarse y apoyarse unos a otros mediante la oración, el ánimo y la obligación de dar cuentas. La visión de Zinzendorf vino a ser una realidad en la aldea pequeña de Herrnhut. Fue así como su fama se extendió por toda Europa. Hasta el famoso predicador inglés Juan Wesley compartió con ellos y reconoció por sus propios ojos el porqué de su fama.

Su primer contacto con los moravos se dio durante una travesía en barco por el Atlántico. La historia relata que en medio de una tempestad en el mar, mientras todos los pasajeros estaban espantados, un grupo de moravos permanecían perfectamente tranquilos. Concluida la tormenta Wesley se acercó y le preguntó a uno de ellos: “Vuestras mujeres y vuestros niños, ¿no tenían miedo?”. “No, señor, nuestras mujeres y nuestros niños no temen la muerte”, fue la simple respuesta de aquel hombre la que intrigó al inglés.

Más tarde, Wesley viajó para conocerlos más de cerca. Allí tuvo oportunidad de admirar la pureza de sus costumbres. “Estaban siempre ocupados, siempre gozosos y de buen humor en sus tratos unos con otros: no se dejaban dominar nunca por la cólera; evitaban todo motivo de querella, toda clase de acritud y las malas palabras; dondequiera que se encontrasen, andaban siempre de una manera digna de la vocación cristiana”, expresó Wesley.

Cerca de la ciudad Frankfurt, el predicador británico conoció al conde Zinzendorf con quien compartió conversaciones muy enriquecedoras para fe. “He encontrado lo que buscaba: pruebas vivas del poder de la fe, individuos librados del pecado interior y exterior por el amor de Dios derramado en sus corazones, y libres de dudas y temores por el testimonio interior del Espíritu Santo.”

Al llegar a Herrnhut, Wesley quedó maravillado: “Me encuentro en el seno de una iglesia cuya ciudadanía está en el cielo; que posee el Espíritu que estaba en Cristo y que anda como él anduvo”.

Quedó impresionado con la solemne sencillez de sus cultos, que contrastaban con el ceremonial de la iglesia anglicana de aquellos días. “La gran sencillez y solemnidad de aquella escena me remontaron 17 siglos atrás a una de aquellas asambleas presididas por Pablo o por Pedro”, explicó Wesley.

Al final de su carta lamenta “bien hubiera querido pasar aquí toda mi vida, pero el Maestro me llamaba a otras parte de su viña, y tuve que abandonar este lugar dichoso. ¡Ah!, ¿Cuándo este cristianismo cubrirá la tierra, como las “aguas cubren el mar?”. Una pregunta que hoy, siglo después, retumba todavía en los oídos de todos los cristianos.

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